Mis primeros recuerdos en torno a la música y , en concreto, de la guitarra, me llevan a mi padre. Tendría yo unos 7 años cuando aquellos acordes de los fandangos extremeños de su tierra empezaron a captar mi atención. Y, pronto, tuve claro que yo quería tocar y adentrarme en ese complejo universo llamado flamenco.
Y , así, fui pasando mi infancia, aprendiendo las nociones básicas del flamenco, tanto de mi padre como de unas clases que se impartían, entonces, en la asociación del barrio.
Ya en la adolescencia; influenciado por mi hermano mayor, dejé de lado el flamenco para comenzar a escuchar desde el rock de Metallica hasta el heavy de Iron Maiden; y como suele ocurrir al entrar en este rollo, me entró el pellizco de la guitarra eléctrica. Dejé, entonces, los fandangos para versionar los grandes himnos de aquellos grupos.
Pero, cuando el flamenco te agarra ya no te suelta, y tres años más tarde, después de escuchar el disco “Potro de rabia y miel” de Camarón, volví a desempolvar la guitarra flamenca. Aquellas guitarras de Paco de Lucía y Tomatito sonaban demasiado bien. Comencé a estudiar la técnica para el toque de bulerías, tangos y alegrías.
Me apunté por poco tiempo a la escuela Almoraima, donde tomé mi primer contacto con la soleá, madre de todos los palos.
Con todo ésto, de forma autodidacta, y siempre más enfocado al disfrute que te proporciona el hecho de versionar, comencé a sacarme todas las falsetas que me interesaban; convirtiéndome en un guitarrista de calle.
De 2005 a 2012 formé parte de varias formaciones con las que entré en un rollo más flamenco comercial, aunque nunca del todo alejado de lo puro. Grupos como “Los sin nombre”, “Retórica y “Cambayá” con los que sobre todo rendíamos tributo a “Los Delincuentes”. Yo, como primer guitarra flamenco.
Fue una época efímera en la música en el sentido de no llegar a profundizar en ella de una forma plena.
Ya en 2013, cuando conozco a mi pareja actual, músico de formación académica, ocurren uno de los grandes descubrimientos de mi vida. De los que marcan un antes y un después: el rock progresivo.
De la noche a la mañana comienzo a oír de manera consecutiva discos de Pink Floyd, King Crimson y grupos que hasta ahora no había escuchado de una manera consciente: Led Zeppelin, Deep Purple, The Doors, el Santana de los 70.
A principios de este año, unos amigos con los que solía parar para tomar cervezas en el bareto de siempre, me hablan de colaborar con su grupo: Sweet Hole. Un grupo de rock progresivo. Llevaban años tocando; pero lo que no conocía de ellos era su faceta de versiones de King Crimson. Se trataba de una colaboración con el tema Roundabout, de Yes. Entré a formar parte por un ratito en un mundo totalmente desconocido.
En principio fue algo puntual,
En 2015 formo con mi pareja un dúo flamenco, guitarra y voz, con el que homenajeamos a los trianeros Lole y Manuel y algunas que otras versiones de Pata Negra o Manzanita. También tengo que destacar como, casi sin quererlo, entré de una forma, al principio pasiva en el Jazz: Miles Davis, John Coltrane y guitarristas como Joe Pass o Kurt Rosenwinkel; aunque no sea precisamente mi estilo sí que me han hecho visualizar que existe una ciencia llamada armonía que también está en el flamenco.
Vuelvo a tomar contacto con Sweet Hole, que comienzan a requerir más mi guitarra. Además de Yes, amplío con ellos el repertorio tocando temas de Triana y King Crimson. En la grabación de su siguiente disco ya hay un sitio para la guitarra flamenca. Y en 2016 empiezo junto a ellos la grabación del tercer album de la banda: The First Of The Last Days, aportando nuevos aires al grupo.
Con todo ésto, paso de interesarme únicamente por la técnica del instrumento, a interesarme por la armonía del flamenco. Es el rock progresivo lo que verdaderamente me ha hecho ver que existe un mundo de posibilidades llamado armonía. Y es en ese punto en el que me encuentro.
Hoy por hoy paso mis días entre rock, jazz y por encima de todo : Flamenco.